sábado, 24 de septiembre de 2016

LOS SIETE PECADOS CAPITALES



Los Siete Pecados Capitales son una clasificación de los vicios
mencionados en las primeras enseñanzas del Cristianismo y Catolicismo
para educar e instruir a los seguidores sobre la moral. La Iglesia
católica romana divide los pecados en dos categorías principales:

Pecado venial aquellos que son relativamente menores y pueden ser
perdonados a través del sacramento. Pecado mortal los cuales, al ser
cometidos, destruyen la vida de gracia y crean la amenaza de
condenación eterna a menos que sean absueltos mediante el sacramento
de la penitencia, o siendo perdonados después de una perfecta
contrición por parte del penitente.

Comenzando a principios del siglo XIV, la popularidad de los Siete
Pecados Capitales como tema entre los artistas europeos de la época
eventualmente ayudó a integrarlos en muchas áreas de la cultura y
conciencia Cristiana a través del mundo.

En el libro “los Siete pecados Capitales” Fernando Savater explica:

Según el historiador inglés John Bossy, “los siete pecados capitales
son la expresión de la ética social y comunitaria con la cual el
cristianismo trató de contener la violencia y sanar a la conflictiva
sociedad medieval. Se utilizaron para sancionar los comportamientos
sociales agresivos y fueron, durante mucho tiempo —desde el siglo XIII
hasta el XVI—, el principal esquema de penitencia, contribuyendo en
modo determinante a la pacificación de la sociedad de entonces”.

En un principio, los pecados eran una advertencia respecto de cómo
administrar la propia conducta. No se trataba como en los diez
mandamientos de ofrecer las tablas de la ley, sino de mostrar los
peligros higiénicos que podrían asechar a las almas. Se trató de un
listado de advertencias sobre los peligros que puede acarrear la
desmesura frente a lo deseable. Hoy existe una versión más simplona de
esas advertencias, que son los libros de autoayuda, donde encuentras
unas fórmulas para no engordar y otras para ser feliz en tres
lecciones.

Según Bossy, la suerte de estos pecados terminó en la época moderna,
cuando la penitencia dejó de ser la forma de resolución de los
conflictos sociales para transformarse en algo psicológico e interior
a la conciencia de cada individuo. Fue el momento en que se
abandonaron los siete pecados capitales para pasar a los diez
mandamientos, que privilegiaban una relación vertical de cada
individuo respecto de Dios, en vez de la horizontal entre los hombres,
lo cual favorece la introspección personal. Bossy interpreta el paso
del Medioevo a la Edad Moderna como un pasaje de lo social a lo
individual.

Los pecados adquieren la categoría de capitales cuando originan otros
vicios. Santo Tomás describe: “Un vicio capital es aquel que tiene un
fin excesivamente deseable, de manera tal que en su deseo un hombre
comete muchos pecados, todos los cuales se dice son originados en
aquel vicio como su fuente principal…”.

Para el especialista en temas islámicos Ornar Abboud “el pecado no es
algo inamovible. Varía de acuerdo con el punto de vista del observador
y en referencia a la evolución del contexto social y cultural. La
mayoría de las acciones consideradas como pecado hace dos siglos —un
periodo ínfimo en la historia de la humanidad— hoy no tienen entidad
pecaminosa. En el Islam no tenemos la visión del pecado original, lo
que sí existen son definiciones sobre lo que es lícito o no. Llamamos
haram a aquellas cosas que están vedadas y halal a las que están
permitidas”.

LOS SIETE PECADOS CAPITALES SON:

SOBERBIA   
Ser soberbio es básicamente el deseo de ponerse por encima de los
demás. No es malo que un individuo tenga una buena opinión de sí mismo
—salvo que nos fastidie mucho con los relatos de sus hazañas, reales o
inventadas—, lo malo es que no admita que nadie en ningún campo se le
ponga por encima.

En general, podemos-admitir que tenemos cierto lugar en el ranking
humano, y que hay otros que son más prestigiosos. Pero los soberbios
no le dejan paso a nadie, ni toleran que alguien piense que puede
haber otro delante de él. Además sufren la sensación de que se está
haciendo poco en el mundo para reconocer su superioridad, pese a que
siempre va con él ese aire de “yo pertenezco a un estrato superior”.

GULA   
El pecado de la gula es el ansia inmoderada de comer, de beber, ese
afán de asimilarse Codo el universo por la vía digestiva. Es un pecado
que nos deja un poco perplejos en este mundo dietético en el que
estamos, choca tanto con la ética como con la estética y quizá tengan
más contra él los médicos que los propios clérigos.

A mi juicio, el problema de la gula es mucho más una cuestión de
higiene que de moral. Se trata de ver cómo administramos nuestros
placeres y cómo podemos comer para vivir satisfactoriamente. No
debemos obsesionarnos con vivir para comer, ni con vivir para evitar
las calorías. Lo peor de la gula hoy es que, mientras algunos tenemos
la suerte de poder comer y ayunar a nuestro albedrío, muchas personas
están privadas de lo imprescindible y no pueden siquiera alimentar a
sus hijos con lo mínimo necesario.

La gula se transforma en pecado cuando ofende el derecho y las
expectativas del otro al comer lo de los. demás, acaparar y dejarlo
con poco o nada. Olvidar eso sería el peor pecado o la peor forma de
gula en nuestro tiempo.

AVARICIA   
El pensador alemán Arthur Schopenhauer decía que el dinero es
felicidad abstracta. Ser feliz porque tienes una gran cuenta en el
banco, o porque guardas un gran saco con oro debajo de la cama, es
algo completamente imaginario.

Comprendo que alguien se sienta feliz porque tiene en sus brazos a una
mujer hermosa, en su mesa una comida estupenda y una botella de vino
incomparable. Yo no termino de entender a aquellos que se sienten
felices cuando ven un cheque, míe. sólo son unas palabras y algunos
números.

Lo que da fuerza al dinero es la necesidad de intercambio, que los
seres humanos requieran cosas unos de otros. Si no se deseara nada, no
habría tenido sentido inventar el vil metal. El dinero permite generar
un elemento que te da acceso a algo que tiene otro y tú quieres. De no
existir, las variantes serían pocas: el trueque, pero allí necesitas
que al otro le interese lo que tú le ofreces, o lisa y llanamente
sacárselo por la fuerza, robarle o estrangularlo.

Pero el avaro es el que convierte este acuerdo social en una
idolatría, sin entender la utilidad del dinero, que es absolutamente
virtual. Si se tratase de cupones que dijeran: “Vale por un
refrigerador” o “Vale por una merluza en salsa verde”, tendría un
interés más limitado, ya que si no te gusta la merluza no sabrás qué
hacer con ese vale. La gracia del dinero es que tiene un número y no
te dice qué puedes hacer con él.

IRA   
La ira, esa pasión arrebatadora, esa furia que de vez en cuando nos
convierte en auténticas fieras. En apariencia somos personas como las
demás, y ante un pequeño estímulo, o una provocación, nos
transformamos en auténticos salvajes.

El pecado de la ira es una cuestión de grados. Es un movimiento, una
reacción que puede indicar simplemente que estamos vivos y, por lo
tanto, nos revelamos contra injusticias, amenazas o abusos.

Cuando el movimiento instintivo pasional de la ira se despierta, nos
ciega, nos estupidiza y nos convierte en una especie de bestias
obcecadas. Ese exceso es perjudicial, pero yo creo que un punto de
cólera es necesario.

El escritor peruano Alfredo Bryce Echenique se reconoce admirador de
los iracundos “cuando se ponen rabiosos ante una situación infame por
la que callan los demás. El que se rebela, habla, grita y muchas veces
se juega el pellejo es muy distinto del que tiene un colerón porque le
sirvieron la carne fuera de punto”.

Como en muchas cosas de la vida, con los pecados primero hay que tener
la experiencia. Si eres una persona tan pacífica que nunca te has
enfadado, aunque te describan mucho la ira nunca la entenderás. Si
eres justo, puedes sentirte arrebatado por la ira. Ahí nos topamos con
el pecado.

LUJURIA   
La lujuria es uno de los pecados más escandalosos, y también de los
más tentadores. Gracias a ella, todos vinimos al mundo.

¿Pero cuál es realmente la esencia mala de la lujuria? ¿En qué sentido
quienes no tenemos especial afán puritano podemos encontrar algo
defectuoso en el exceso de la lujuria? Tengo claro que si hay algo
bueno en ella es precisamente el placer. Creo que el placer es bueno,
sano y recomendable. Si hay algo malo en la lujuria, será el daño que
podamos hacer a otros para conseguir goce, al abusar de ellos,
aprovecharnos de la inocencia de menores o de gente que por su
situación económica tiene que someterse.

No creo que, a pesar de lo que San Agustín y otros santos padres han
dicho de la sexualidad, hayamos venido a este mundo a sufrir. La
sexualidad no es un instrumento que debamos utilizar casi con
repugnancia sólo para la reproducción, sino que es una fuente de
relación humana y de contento en un mundo donde las alegrías no
abundan.

Pero, como en todos los casos a los que estamos refiriéndonos, el
límite de la lujuria desde el punto de vista humanista es causar daño
a otro. El sexo con niños es malo por el daño que se les hace. No es
malo disfrutar, pero sí es censurable causar mal a otro. Antes se
condenaba al placer, ahora al daño y el dolor que se producen. Es la
visión progresista de los pecados.

PEREZA   
La pereza es la falta de estímulo, de deseo, de voluntad para atender
a lo necesario e, incluso, para realizar actividades creativas o de
cualquier índole. Es una congelación de la voluntad, el abandono de
nuestra condición de seres activos y emprendedores.

Un viejo cuento narra cómo un padre luchaba contra la pereza de su
hijo pequeño, que no quería nunca madrugar. Un día llegó muy temprano
por la mañana, lo despertó y le dijo: “Mira, por haberme levantado
temprano he encontrado esta cartera llena de dinero en el camino”. El
niño, tapándose, le contestó: “Más madrugó el que la perdió”.

La pereza siempre encuentra excusas. Es perezoso quien renuncia a sus
deberes con la sociedad, con la ciudadanía, quien abandona su propia
formación cultural. La persona que nunca tiene tiempo para leer un
libro, para ver una película, para escuchar un concierto, para prestar
atención a una puesta de sol. Aquel que tiene pereza de convertirse en
más humano.

El escritor y humorista argentino Roberto Fontanarrosa tiene una
teoría: “La pereza ha sido el motor de las grandes conquistas del
progreso. El que inventó la rueda, por ejemplo, no quería empujar y
caminar más. Detrás de casi todos los elementos del confort supongo
que ha habido un perezoso astuto, pensando cómo hacer para trabajar
menos”.

ENVIDIA   
La envidia, definida como la tristeza ante el bien ajeno, ese no poder
soportar que al otro le vaya bien, ambicionar sus goces y posesiones,
es también desear que el otro no disfrute de lo que tiene.

¿Qué es lo que anhela el envidioso? En el fondo, no hace más que
contemplar el bien como algo inalcanzable. Las cosas son valiosas
cuando están en manos de otro. El deseo de despojar, de que el otro no
posea lo que tiene, está en la raíz del pecado de la envidia. Es un
pecado profundamente insolidario, que también tortura y maltrata al
propio pecador. Podemos aventurar que el envidioso es más desdichado
que malo.

El envidioso siembra la idea, ante quienes quieran escucharlo, de que
el otro no merece sus bienes. De esta actitud se desprenden la
mentira, la traición, la intriga y el oportunismo.

La envidia es muy curiosa porque tiene una larga y virtuosa tradición,
lo que parecería contradictorio con su calificación de pecado. Es la
virtud democrática por excelencia.

“Los Siete Pecados Capitales” de Fernando Fernández-Savater Martín
(San Sebastián, 21 de junio de 1947) es un filósofo, activista y
prolífico escritor español. Novelista y autor dramático, destaca en el
campo del ensayo y el artículo periodístico.

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