Con mucha frecuencia se dictan en diferentes lugares, cursos sobre control
mental o salud emocional, temas estos que día a día cobran más interés y más adeptos dadas las difíciles
circunstancias ambientales en que ha de desenvolverse el cotidiano vivir de las
gentes y la enorme presión que los problemas de toda índole ejercen sobre el
individuo, entregado, las más de las veces, a un existir superficial, disperso
contradictorio en el que no hay tiempo ni espacio para la reflexión, el
análisis, la evaluación objetiva de las ideas y los aconteceres y en el que
falta, por supuesto, sentido y trascendencia frente al misterio de la propia
vida o ante la siempre renovada maravilla del espíritu humano.
Aunque he recibido cordialísimas invitaciones para asistir a dichos cursos,
mis quehaceres habituales no me han permitido hacerlo, pero escucho, si, con
sincero interés las informaciones que al respecto me han dado quienes
participan en ellos y aprovechan al máximo los consejos y prácticas que allí se
les inculcan para lograr una actitud serena, confiada y animosa frente al
constante reto de la vida.
Se les insiste mucho en la necesidad de tener, cada día, un espacio de
tiempo disponible para entrar en el mismo y acallar, mediante la relajación
corporal y el silencio físico y mental, las discordantes voces de la
imaginación y la sensibilidad, alteradas, confusas, negativas, enervadas en fin
bajo el influjo fuerte de la prisa, del ruido, del desorden que caracterizan
hoy nuestras ciudades.
Se les hace hincapié en el propio valer y en la grandeza de la persona
humana, verdades evidentes que sin embargo son menospreciadas en estas
sociedades de consumo en las que el individuo es estimado por su capacidad de
producción y valorado a la par que los guarismos de su cuenta bancaria.
Se les invita a entrar en el conocimiento de sí mismos para evaluarse luego
con objetividad y sensatez, actitud
sapientísima que obviamente habrá de conducirles a acrecentar los rasgos
positivos de su carácter y temperamento y a luchar con constancia por mejorar
las deficiencias que como humano tiene su personalidad.
Se les formula, en fin, un ideal de vida armónica y feliz, en el que el
trato con los semejantes esté siempre inspirado por el respeto y la
consideración y las normas morales orienten la conducta por derroteros firmes
de verdad y justicia.
Como se ve por estas confidencias y el sincero entusiasmo con que mis
informantes me cuentan en detalle las técnicas de estudio, las muy interesantes
experiencias vividas y los reales logros alcanzados ,estos cursos resultan un éxito completo y
sus participantes encuentran siempre en ellos verdaderas respuestas a sus
interrogantes e inquietudes.
Son, por así decirlo, como una iniciación hacia la armonía interior, hacia
el despertar del espíritu humano cuyas riquezas y posibilidades ni siquiera
soñamos por andar siempre inmersos en las ocupaciones y conflictos de este
confuso mundo en que vivimos y que trata de apabullarnos con su materialismo
desbordante para el cual sólo importan los atributos físicos, las fluctuaciones
bursátiles, el precio de la Upac
o el último decreto del gobierno en materia fiscal.
¡Que insospechadas maravillas,
pienso, nos esperan a todos, más allá de los límites del espacio y del
tiempo, cuando ya desasido nuestro espíritu de toda inútil vanidad penetremos,
por fin, en el Misterio! Ese Misterio,
digo, que nos rodea por doquier y siempre y del que basta apenas un destello
para colmar de dicha y de grandeza nuestro humilde vivir de cada día.
Aida Jaramillo Isaza.
Revista MANIZALEZ, Mayo l999
Volúmen XLIII, número 696
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