Pueden hacernos
sentir envidiosos numerosas cualidades de otras personas: su talento,
su juventud, su renombre, su belleza, sus posesiones y hasta su virtud,
que como escribió Antonio Machado en uno de sus Proverbios, “La envidia
de la virtud I Hizo a Caín criminal". Un personaje de una novela
unamuniana (Abel Sánchez, 1917) llega a decir: "No hay canalla mayor que
las personas honradas [...] no me cabe duda de que Abel restregaría a
los hocicos de Caín su gracia", Un hombre puede hacer exhibición de
buenos atributos para producir envidiosa zozobra en otro, al sumirle en
un conflicto entre sus malos deseos por una parte y su conciencia, por
otra.
El sabio Baltasar Gracián escribió en su Arte de la
prudencia (1647): "No hay venganza más insigne que los méritos y
cualidades que vencen y atormentan a la envidia [...] Este es el mayor
castigo: hacer del éxito veneno", iHasta la honradez y la bondad pueden
usarse con el malévolo propósito de azuzar la envidia!
La forma más
conflictiva de envidia es, sin duda, aquélla que se dirige hacia las
personas que, simultáneamente, uno ama. Es este tipo de envidia el que
tiende a sumergirse con mayor vigor en el Inconsciente, porque amenaza
con destruir precisamente aquello que valoramos más de nosotros mismos:
nuestras representaciones buenas y nuestros sentimientos de amorosos.
Además nuestra conciencia se carga de atormentadora culpa si contempla
la propia malevolencia hacia aquéllos que dicta que debemos querer. Ante
este conflicto, a veces procuramos convencernos de que la persona hacia
quien profesamos amor o gratitud ambivalentes, después de todo, no es
tan buena. Se trata de un intento por “justificar” nuestra animadversión
culpógena.
Es común que un sujeto sienta envidia, en alguna de
sus numerosas manifestaciones, hacia alguien y, simultáneamente, profese
adoración acrítica hacia otra persona. Se trata de las dos caras de una
misma moneda. Este fenómeno es consecuencia del mecanismo psicológico
de la escisión, al que suele añadírsele la defensa psicológica de la
racionalización, que permite al sujeto dar cuenta de por qué cierta
persona con atributos superiores es merecedora de descalificaciones,
mientras que otra lo es de adhesión incondicional (léase identificación
con su grandeza real o imaginaria).
El proceso de la escisión
tiene su origen en los sentimientos de dependencia del ser humano en su
infancia. De los poderosos adultos que le rodean hay acciones que le
gratifican y acciones que le frustran; las primeras generan amor, las
segundas, odio. Una manera típica de liberarse de la tensión que esto le
provoca es escindiendo las figuras significativas en "buenas" y
"malas"; por ejemplo, en una "madre buena", objeto de veneración, y una
"mala", objeto de rencor. El paso siguiente es el que llevan a cabo los
mecanismos psicológicos del desplazamiento y la generalización a otras
personas inconscientemente representativas de las figuras significativas
de la infancia.
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