Por ISMAEL CALA
Para
algunos, las ilusiones siempre son falaces espejismos, como las aguas
de los manantiales que engañan al sediento durante su andar por el
desierto. O los cantos de sirena que tientan al astuto Ulises en la
Odisea, una de las obras maestras de Homero.
“Quien
vive de ilusiones, muere de desengaño”, se les oye decir, aunque no
necesariamente con mala fe. Es una sentencia recurrente, con sabor a
frustración, que intenta ubicarnos en medio de una realidad solo validad
para las ciencias exactas, sin tener en cuenta que muchas veces —cito a
Ernesto Sábato— “en la vida, la ilusión, la imaginación, el deseo y la
esperanza cuentan más”.
No
pretendo despojar de su valor a las ciencias exactas, pues no estaría
actuando dentro de mis cabales; pero vivo convencido de que sus
virtuosos maestros alguna vez fueron blanco de la ilusión y soñaron con
ser grandes matemáticos o físicos. Lo lograron porque lucharon y, a
golpe de perseverancia y genialidad, hicieron realidad sus anhelos. Sus
ilusiones nunca desembocaron en la mar del desengaño.
El
caminante del desierto es víctima de una ilusión óptica con apariencia
de realidad. Yo hablo de todo lo contrario, de la realidad que le abre
paso a la ilusión, a las esperanzas positivas y sueños realizables.
Hablo de las ilusiones del corazón. Pero éstas también pueden ser
frustrantes cuando no se convierten en anhelos, y se ponen a merced de
la suerte o el destino, se desconfía del trabajo y de la inteligencia
del ser humano, o se le teme a los retos de la vida. Sin embargo, cuando
una ilusión trueca en sueño y le dedicamos tiempo y esfuerzo, no tiene
por qué terminar en desencanto, todo lo contrario.
Podemos
forjarnos la ilusión de conocer China alguna vez en la vida. No
faltarán quienes nos apoyen y estimulen, aquellos que nos digan: “qué
bello sería”. Tampoco faltaran los otros, los que llamo matadores de
ilusiones, quienes apelan a juicios realistas, pero permeados de
negativismo.
Ellos,
entonces, se empeñarán en demostrarte la lejanía de esa nación
asiática, el excesivo precio de los pasajes, lo tedioso de las largas
horas de vuelo, lo dura que está la vida en medio de la crisis económica
y otra ensarta de argumentos, todos reales, con el propósito de
evitarte, según sus puntos de vista, un desengaño.
No
afirmo que el solo hecho de ilusionarse con conocer China ya asegure la
visita. No es así. Ahora bien, si somos de los que se ilusionan, sueñan
y luchan, y de los que no le temen a los retos de la vida, tendremos
muchas más posibilidades de visitar ese gran país, que aquellos que no
lo sueñan y mucho menos se ilusionan con hacerlo.
¡Hay
que ilusionarse, imaginarse y motivarse, para después hacerlo! Si
fracasamos, la inevitable desilusión se verá compensada por la
satisfacción del esfuerzo, convencidos de que hicimos todo lo que estuvo
a nuestro alcance. La tranquilidad espiritual, a pesar de la momentánea
frustración, se encargara de alentar nuevas ilusiones.
Cuando
se agotan las ilusiones, más que vivir, sobrevivimos, y la existencia
se torna tan difícil como, según Juan Ramón Jiménez, “tratar de componer
una rosa deshojada”.
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