Del latín sinceritas, sinceridad es el
modo de expresarse
sin mentiras ni fingimientos. El término está asociado a la veracidad y la sencillez. Por
ejemplo: “La sinceridad
es un valor muy apreciado en esta empresa”, “El jugador volvió a hacer
gala de su sinceridad y reconoció que está jugando por debajo de su nivel”,
“Si hubieras hablado
con sinceridad, tu pareja no te habría dejado”.
La sinceridad implica
el respeto por la verdad (aquello que
se dice en conformidad con lo que se piensa y se siente). Quien es sincero, dice
la verdad. Sin embargo, la práctica hace de este concepto un objetivo difícil de
alcanzar, dadas las numerosas estructuras a las cuales nos sometemos.
Por lamentables
cuestiones de la vida en sociedad,
no siempre es fácil ser sinceros con nuestros seres queridos, con las personas
que nos han criado, con nuestros amigos más cercanos; cuando trasladamos la
necesidad de compartir nuestras verdaderas ideas con empleadores y gobernantes,
las posibilidades decrecen considerablemente.
Si observamos el
comportamiento del resto de los animales, tanto en sus hábitats naturales como
en convivencia con individuos de nuestra especie, notamos que la sinceridad es
una de sus virtudes más sobresalientes, al punto en que no parece tan
importante, dado que es la base de su accionar. Si bien en la selva y en el
bosque también existen estructuras,
costumbres y jerarquías, no parece haber lugar para las trabas que a muchos
seres humanos nos impiden desarrollarnos libremente.
¿Por qué a veces
sentimos que no podemos ser sinceros con quienes nos rodean? La raíz del
problema, quizás, es que siempre encontramos respuestas a esta pregunta; “porque
mi puesto de trabajo corre peligro”, “porque no tenemos una relación tan
cercana”, “porque nadie me ha pedido mi verdadera opinión“. Al
imaginar una vida en la cual pudiésemos decir siempre todo lo que pensamos,
cuesta creer que fuera necesaria la existencia del estrés, de la angustia, de la
frustración; ya que todos estos males, tan comunes en las sociedades modernas,
surgen de la falta de libertad con la que nos movemos.
La cualidad que consiste en expresarse con
sinceridad se conoce como honestidad. La
persona honesta respeta la verdad y establece sus relaciones bajo este parámetro
moral. Sin embargo, es posible engañarse a uno mismo, hacernos creer que somos
seres honrados y sinceros, a pesar de estar muy lejos de lucir estas virtudes.
Por lo general, se
entiende por honestidad una forma de ser pura, directa, sin dobles intenciones
ni secretos retorcidos. Se suele calificar a una persona de honesta cuando su
manera de interactuar con los demás es muy clara, cuando cumple con sus promesas
y no parece tener sentimientos negativos hacia quienes lo rodean. En este
sentido, el concepto recibe ciertas connotaciones de bondad y
generosidad.
Hay situaciones que
pueden llevar a una persona a dejar de lado la sinceridad, aunque sin tener la
intención de mentir. Las denominadas “mentiras piadosas”
son un ejemplo de esta circunstancia. Claro que siempre puede cuestionarse la integridad o la
efectividad de una mentira de este tipo, también llamada blanca; por mucho que
intentemos cubrir la esencia de este tipo de afirmaciones, no dejan de faltar a
la verdad y, por ende, nos muestran frente a otros de una manera poco
precisa.
Las mentiras piadosas
están íntimamente ligadas a la concepción que generalmente se tiene de amistad; no hace
falta analizarlo muy detenidamente para advertir la grave contradicción que
tiene lugar al unir el tipo de relación más puro y más intenso con una supuesta necesidad de
no ser sinceros. ¿Cuán lejos puede llegar una mentira piadosa? ¿Cómo confiar en
un recurso de esta naturaleza para alimentar un lazo sentimental entre dos seres
vivos? La verdad duele; pero, ¿no duele más descubrir que nos han
engañado?
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