Existe una inmensa alegría en poder alegrar a otros a pesar de nuestra propia
situación. La aflicción compartida disminuye la tristeza, pero cuando la
alegría es compartida, se duplica. Si deseas sentirte feliz y realizado, basta
compartir tus bendiciones, especialmente ésas que no se pueden comprar con
dinero.
Un niño, tiritando de frío y con carita de hambre, vino a recoger un
pullóver que le ofrecí cuando lo encontré en la calle. Quedaba algo de comida
del almuerzo, y le pregunté:
—¿Quieres almorzar? Él respondió:
—Sí, quiero, señora. Y comió de prisa, con muchas ganas. En la mitad del
plato, de repente, se detuvo y dijo:
—Señora, ¿me regala un pedazo de papel? Al traerle el papel, envolvió con
cuidado el resto de su comida, y explicó:
—Es para mi amigo. Hoy a esta hora, él no ha comido nada todavía.
Quedé asombrada. ¡Y yo pensaba que estaba siendo caritativa porque le di un
suéter viejo y un poco de comida que sobró!
Hay personas pobres que distribuyen sonrisas. Existen personas que sufren
pero nos comunican alegría. Por allí van personas incomprendidas que saben
comprendernos. He visto personas que fueron ofendidas y supieron perdonar.
Conozco todas esas personas… y su secreto es amar. Es por eso que digo, pasa
por el mundo desparramando gotitas de amor.
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