Juicios: ¿Y tú qué sabes? Una de las formas más rápidas de crear
distancia entre las personas es juzgando sus actos. En el contexto del
acompañamiento, podemos opinar sobre un hecho (robar no está bien),
pero no deberíamos sentenciar a las personas (eres un ladrón). Porque
cuando lo hacemos, dejamos de aceptarlo. Lejos de ayudarle a
reflexionar, lo que vamos a provocar es que salga a la defensiva o que
deje de estar interesado en lo que le podamos decir.Juzgar tiene
además un riesgo, y es que podemos ser terriblemente injustos. Porque
a menudo nos precipitamos con nuestras conclusiones sin saber de la
misa la mitad, sin pararnos a pensar (o a descubrir) los motivos por
los que alguien ha tenido un determinado comportamiento. Hace unos
meses tuve que suspender un curso porque la noche anterior había
tenido una cena que terminó tarde, y por la mañana me encontraba
fatal. Muchos me tacharon de juerguista o de irresponsable… hasta que
se enteraron de que tuvimos una intoxicación alimentaria por unas
croquetas de la comida anterior, y que un par acabaron en el hospital.
¿Por qué alguien tendría que pensar por sí mismo sobre lo que tiene
que hacer si puede simplemente venir a preguntarnos? Consejos:
aceptar que mis soluciones no son las tuyas. Cuando alguien nos cuenta
un problema, sentimos la necesidad de resolverlo. Es loable, pero cero
efectivo. En primer lugar, porque lo que a uno le parece que puede
funcionar no tiene por qué venirle bien a otro. Y los consejos generan
además fuertes dependencias. ¿Por qué alguien tendría que pensar por
sí mismo sobre lo que tiene que hacer si puede simplemente venir a
preguntarnos? Si acostumbramos a los amigos a ser asesorados, les
privamos de desarrollar sus propios recursos en futuras decisiones. Lo
único que logramos es cargarnos con la mochila de sus problemas. Yo
tuve un jefe que siempre me aconsejaba. A mí y a todos sus compañeros.
No movíamos un dedo sin sus instrucciones o recomendaciones. Su
primera baja no se debió a una gripe. La causa fue el estrés.Entonces…
¿cómo lo hacemos? Acompañar es estar a disposición. Caminar al lado
del otro, siguiendo su ritmo y haciéndole de espejo. Sin empujarle ni
estirarle. Parando cuando él para y acelerando cuando él acelera. Y
esto, en términos de comunicación, significa básicamente escuchar.
Escuchar para que el otro ordene sus ideas y encuentre sus soluciones.
Ideas que quizás uno ya había intuido, pero cuya comunicación se
intenta evitar en forma de consejo. Acompañar es también aceptar el
momento en el que se encuentra otra persona. Con sus virtudes y sus
defectos. Con sus miedos y vulnerabilidades. Acompañar es un juego en
el que la posesión del balón es mayoritariamente del otro. Y si nos lo
pasa, se lo vamos a devolver. Porque nosotros no somos el
protagonista, somos solo el espejo.
Fuente. El Pais.Junio 19/2017
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