Existe una cierta similitud entre ambos términos ya que
el primero, maledicencia, es la acción o el hábito de denigrar o
maldecir, mientras que el segundo término, detracción, significa infamar
o denigrar la honra ajena.
La maledicencia es siempre la difamación o el hablar mal
de una persona, pero si ello conduce al robo de la fama de dicha persona, el
término es el de detracción. Por medio de la detracción se extrae la fama de la
persona de la cual hemos hablado, con malicia o sin ella. Toda persona tiene el
derecho de que se le respete su honor y su fama, pues ello forma parte de su
patrimonio humano.
Cualquier forma de hablar mal de alguien es siempre
faltar al respeto y al amor al prójimo, sin importar cómo le califiquemos y
cómo tratemos de justificarle. Hablar mal de alguien, aunque sea verdad lo que
se dice de él, siempre representa mermar la fama de la persona de la que
hablamos, y ello constituye un robo cuya posterior reparación es prácticamente
imposible.
La
maledicencia y la calumnia destruyen la reputación y el honor del prójimo.
Ahora bien, el honor es el testimonio social dado a la dignidad humana y cada
uno posee un derecho natural al honor de su nombre, a su reputación y a su
respeto. Así, la maledicencia y la calumnia lesionan las virtudes de la
justicia y de la caridad.
(Numerales 2477 y 2479)
“El
que murmura y el que escucha la murmuración tienen en sí al demonio, uno en la
lengua y el otro en el oído”.
(San Bernardo de Claraval)
Maledicencia es el hecho de hablar mal de una persona o
de varias. Puede ser maledicencia simple o compuesta, según exista la verdad o
la mentira en lo que se dice, lo cual no justifica en ningún caso la
maledicencia, aún cuando algunos traten de justificarla calificándola como crítica
constructiva.
La maledicencia, juntamente con la difamación y la
calumnia, destruyen la fama de nuestro prójimo. Ambas figuras son consecuencia
de la antipatía, la animadversión o la enemistad, que son las que nos conducen
a hablar mal de alguien, difamarlo o calumniarlo. .
El daño causado por la maledicencia es muy difícil de
reparar. No siempre nos damos cuenta del perjuicio que con ella se causa a la
otra persona. Se agravia, se ofende y se calumnia sin cuidar en absoluto las
palabras pronunciadas. Y si preguntamos al que formula la crítica de dónde ha
obtenido esas expresiones, de seguro nos responderá que se lo contó un amigo, o
que lo escuchó en una reunión, o que se lo dijeron. En muchos casos la
maledicencia se basa en afirmaciones sin sentido, pero una vez que han sido
pronunciadas, causan un daño de difícil restauración.
La maledicencia, la calumnia y la crítica son propias de
sociedades poco evolucionadas espiritualmente, y es la falta de ética lo que
hace que nos ocupemos más de la vida de los demás que de la propia. Hay
personas que se pasan horas hablando o murmurando acerca de otras personas y,
muchas veces, sin darse cuenta del error que están cometiendo. Pero otras veces
el error es premeditado.
Se sabe que el rasgo principal de la crítica, a la que
muchos la denominan vulgarmente chisme, es la mentira o la verdad dichas
a medias, siendo la parte más importante el infundio y la calumnia.
Si queremos vivir una vida más significativa debemos
buscar la forma de dejar de interesarnos en las vidas ajenas, y comenzar
a preocuparnos más por nuestras propias vidas; es decir, dedicarnos a mejorar y
a corregir nuestros propios defectos.
“No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y
no seréis condenados, perdonad y seréis perdonados. Porque con la medida con
que midáis se os medirá”
(Lucas
6:37-38)
Fragmentos del artículo
Maledicencia y Detracción
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