JELENA SIKIRICH
Es
necesario aprender a dar el primer paso, sin perder nuestra
individualidad ni el sentido de la propia dignidad. Para establecer y
mantener las relaciones en pareja se necesitan los esfuerzos de ambos, y
cualquier paso que emprendamos debe provocar una resonancia en la otra
persona, seguida de su reacción y sus pasos de respuesta a nuestro
encuentro. Si esto no sucede, por muchos esfuerzos reiterados que
apliquemos, la conclusión debe ser: o los pasos que emprendemos no son
los apropiados, o nuestras relaciones yacen sobre un terreno muy
inestable, pues las mantiene tan solo uno de los dos, que intenta
salvaguardarlas asumiéndolo todo, cosa que, por cierto, es absurda y
artificial. Para que cualquier relación tenga éxito es indispensable que
ambas partes intenten superar el sentido del egoísmo y la posesividad. A
menudo no nos damos cuenta del hecho de que nuestros seres queridos
representan una individualidad diferente e independiente de nosotros
mismos. En consecuencia. seguimos percibiéndoles como un reflejo de
nuestras propias visiones, requerimientos y fantasías según nuestra
opinión y nuestros deseos. Es muy peligroso tratar de educar y construir
a otras personas de acuerdo con nuestro modo de ser. El amor requiere
de aire fresco y de libertad del alma. Los que lo sienten y comparten no
se disuelven uno en otro ni pierden su individualidad; más bien se
asemejan a dos firmes pilares sosteniendo el techo de un mismo templo.
El
amor requiere una entrega total y una falta de interés egoísta. En el
amor verdadero no nos hace falta nada. Teniendo la posibilidad de amar,
lo tenemos todo. Cuando alguien tiende a imponerse demostrando su
egocentrismo, haciendo a todo el mundo dar vueltas en torno a sus
problemas e intereses y exigiendo constantemente pruebas de amor y algún
“premio” a cambio de sus sentimientos, no se trata simplemente de que
todo esto pueda matar al amor, sino de que no es amor y nunca lo fue.
En
este contexto la pregunta clave no debe ser “¿qué será mejor para mí?”,
sino “¿qué será mejor para el otro?”. Un amor o una amistad íntima es
como un espejo: lo ve y lo refleja todo. Debemos ir descubriendo en el
ser querido cada vez algo nuevo, una pequeña perla del precioso tesoro
escondido en su alma, de lo que él o ella tal vez ni se haya dado
cuenta. Es inútil convencer tan solo con palabras. Se consigue convencer
e inspirar mejor con la fuerza del ejemplo propio. Un hombre capaz de
vivir inspirado por un gran amor tiene una poderosa fuerza. Se parece a
un rayo de luz entre las tinieblas: basta con saber que existe, que
podemos guardar su imagen en el corazón, pase lo que pase.
En
realidad, hay que poner en marcha muchas fantasías negativas y muchas
ideas circulares para llegar a sentirnos verdaderamente solos. Incluso
si no logramos encontrar a un ser querido digno de guardar para siempre
su imagen en el cofre de oro de nuestro corazón, todavía nos quedan el
cielo, las estrellas, los grandes sueños inmortales que abrigan a todos
los lobos solitarios capaces de soñarlos, amarlos y vivir por ellos con
toda su alma.
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