JELENA SIKIRICH
Necesita
encontrar el sentido de la vida. Saber por quién y por qué vive y
muere. Soñar profundamente, con toda su fuerza, y tener una obra sagrada
para encarnar sus sueños.
Un hombre sin sentido de la vida, sin grandes sueños, sin obra sagrada, está realmente solo.
El
alma necesita algo que pueda unir la vida y la muerte, lo visible y lo
invisible. Necesita el camino, saber de dónde viene y a dónde va.
Necesita a alguien que la conduzca por el camino, que le sirva de
ejemplo de nobleza y de todas las virtudes, alguien de plena confianza.
Un hombre sin camino y sin maestros está realmente solo.
El
alma necesita armonía y belleza como fuentes de inspiración permanente.
Necesita estar segura de que hay cosas y valores que no mueren.
Necesita sentir lo eterno y lo inmortal. Necesita las referencias
sagradas, las apoyaturas de lo divino. Un hombre sin lo sagrado, lo
bello y lo eterno está realmente solo.
El
alma necesita intuir la presencia divina en todas las cosas, sentir la
bendición y la protección de ese “Algo” enigmático, sublime y
misterioso. Un hombre sin Dios está realmente solo.
El
alma necesita llegar a entender que no hay nada casual en el universo y
que nunca le sucede nada que no sea capaz de superar. Que todo lo
auténtico en la vida está marcado por el Destino. Un hombre incapaz de
entender el Destino y sus signos, de intuir la Providencia y su propia
predestinación está realmente solo.
El
alma necesita tal tipo de relaciones con otros hombres que sean algo
más que un simple brote de emociones. Necesita “almas gemelas” que
compartan su camino, sus sueños y sus luchas. Un hombre sin almas
cercanas, sin compañeros unidos por un mismo camino, está realmente
solo.
El
alma también tiene miedo de la soledad, pero sus temores son de otro
tipo. No le preocupan tanto las cosas que podría conseguir o perder. Sus
preocupaciones son mucho más profundas. No le preocupan tanto los
errores de otros como sus propios errores. Y su felicidad no depende de
lo que pueda obtener de otros sino de su propia capacidad de amor,
sacrificio y dación.
Parece
paradójico, pero precisamente cuando un hombre ya no necesita nada para
sí mismo, el Destino le hace encontrar en su camino a seres queridos,
verdaderos compañeros de ruta que aspiran a estar a su lado atraídos por
la fuerza de su alma. Para convivir verdaderamente con otra persona, es
necesario primero dejar de depender de ella.
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