La
voluntad es la capacidad de los seres humanos que nos mueve a hacer cosas de
manera intencionada, por encima de las dificultades, los contratiempos y el
estado de ánimo.
Todo
nuestro actuar se orienta por aquello que aparece bueno ante nosotros, desde
las actividades recreativas hasta el empleo por mejorar en nuestro trabajo,
sacar adelante a la familia y ser cada ve más productivos y eficientes. En base a este punto, podemos decir que
nuestra voluntad opera principalmente en dos sentidos.
Como
podemos ver la intención no basta, como tampoco el saber lo que debemos hacer.
La voluntad se manifiesta “haciendo”. Se nota claramente una falta de voluntad
cada vez que retrasamos el inicio de una labor, en actividades, cuando damos
prioridad a aquellas que son más fáciles
en lugar de las importantes y urgentes o siempre que esperamos a tener el ánimo
suficiente para actuar. La falta de voluntad
tiene varios síntomas y nunca escapamos al influjo de la pereza o la comodidad,
dos verdaderos enemigos que constantemente obstruyen nuestro actuar.
Podríamos
comparar a la voluntad con cualquiera de los músculos de nuestro cuerpo, estos
últimos se hacen más débiles en la medida que dejan de moverse. Lo mismo ocurre
con la voluntad: cada situación que requiere esfuerzo es una magnífica
oportunidad para robustecerla, de otra forma, se adormece y se traduce en falta
de carácter, irresponsabilidad, pereza, inconstancia.
En la filosofía contemporánea se presenta como valor fundamental como un apetito
intelectual, o la capacidad de decisión propia a un ser dotado de inteligencia
y capaz de autodeterminarse a sí mismo desde las ideas. La voluntad es la
potencia del ser humano, que le mueve a hacer o no hacer una cosa. La función
de la voluntad es un aspecto de la llamada vida de tendencia, o sea, de la
aptitud general para reaccionar ante los estímulos externos o internos, pero se
diferencia de las demás actividades propias de la vida de tendencia en que la
voluntad involucra la representación intelectual del objeto y es deliberada, si
bien obra a base de hábitos, instintos, etc.
Platón considera que las elecciones concretas
de los hombres son responsabilidad de cada uno, es decir, dependen de la propia
voluntad. Por su parte, Aristóteles distingue
entre actos involuntarios (realizados por ignorancia o bajo una fuerza externa
que nos mueve sin que lo queramos) y voluntarios (escogidos con conocimiento de
causa y sin constricción exterior).
Arthur Schopenhauer, en su obra más importante, El mundo como voluntad y representación, entiende que
la voluntad es la realidad última (la kantiana «cosa en sí»)
subyacente al mundo de la percepción sensible (intuición empírica).
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