¿Te acuerdas la emoción que sentías cuando eras pequeño, o incluso ahora, si en una
historia aparecía el héroe?
Esa persona, que absolutamente convencida de su misión, luchaba por la justicia, la
verdad
y el bien, salía a combatir por una causa justa, vencer el mal,
disfrazado en diferentes formas, ya fuera por amor a su dama, por amor a
Dios, o a su patria. ¡Cómo vibraba tu corazón!
Era un ser humano que se estaba jugando cien por ciento por sus ideales, con fe y
confianza
en que iba a ganar... Que su misión tenía un fin trascendente, que no
importaba que corriera peligro su vida ya que ésta, estaba al servicio
de un bien mayor...
¿Te acuerdas cuanto sufrías, cuando tenía nuestro héroe que soportar y resistir las más
difíciles pruebas? Al final estaba ya casi todo perdido, y su férrea voluntad con el
convencimiento
absoluto de su fin, lo ayudaban a sobreponerse a todo, incluso a sí
mismo y vencía... ¡En ese momento tu cuerpo entero saltaba de gozo y
emoción y probablemente en la noche, soñabas que eras el héroe! Un
héroe, que no lucha con su espada contra las nubes, o molinos de
viento...
El héroe es un ser que encarna especialmente el valor como lo vamos a ver ahora. Un
héroe es audaz, no es osado, ni menos pusilánime, es alguien que entrega su ser entero a
una causa: el bien.
¡Cuántos héroes harían falta en nuestro planeta! Este siglo, se ha caracterizado por la
falta
de audacia. Al revés, más bien vemos los dos polos: los osados o
temerarios como los extremistas, o los pusilánimes, que están muy
cómodos y satisfechos con su vida casi adentro de un frasco de
formalina.
El héroe o la heroína quedaron enterrados en los viejos cuentos de hadas.
¡Hay que resucitar este maravilloso valor de la audacia!, para mover nuestro planeta
hacia el bien.
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