El
verdadero amor y la verdadera amistad no se exigen, no se planifican, no se
piden, no se compran ni se venden.
En
realidad, vienen por sí solos. Lejos de ser un simple enamoramiento o una
adquisición más para nuestra colección de objetos de valor, despiertan y se
reconocen como estados superiores del alma. El verdadero amor baja del
Cielo.
Igual
que todos los grandes sueños, el amor no llega a ser realidad de golpe, sino que
es el resultado de largas luchas, pruebas, sufrimientos, intentos repetidos de
superación de los impulsos egoístas y posesivos. Solo lo puede encontrar aquel
que no deja de soñar con ello como un principio superior de la vida y como una
necesidad vital del alma. Entonces se siente como una bendición del
Destino.
Cualquier
intento de invocar el verdadero amor artificialmente, imponerlo, exigirlo,
planificar los acontecimientos, poseerlo, acaban con un fracaso tarde o
temprano. Esa rara ave de la felicidad, tan fina y frágil, presiente la amenaza
y, evitando hacerse cautiva de cualquier tipo de intenciones egoístas, escapa de
la jaula dorada especialmente preparada por nosotros, tal vez para no volver
nunca más.
El
verdadero amor es propio de los hombres y mujeres fieles que prefieren
permanecer en soledad que traicionar sus nobles sueños y sus elevados criterios.
Es para aquellos que no se venden. No entran en relaciones simplemente para
propiciar el bienestar material y por el simple placer sexual. No se unen con
cualquiera solo por no perder la oportunidad de formar una familia o para no
quedarse solos hasta el fin de su vida. No se conforman con compañías de juerga,
totalmente ajenas a los ideales de amistad y nobleza humana. En todos estos
casos el hombre se asemeja a un actor o director de cine de talento que se ha
estancado haciendo publicidad de productos al no haber podido esperar a que
llegase su momento. El dinero cobrado, por mucho que sea, no es nada más que una
compensación mínima, y por cierto, nada consoladora, por haber arruinado su
talento.
Los
intentos de valorar las relaciones desde el punto de vista del análisis
minucioso y detallado de lo que nos separa son un pasatiempo vano, una pérdida
de nervios y energías. Si pretendemos mejorar o salvaguardar nuestras
relaciones, tenemos que proponer una pregunta fundamental: “¿Qué es lo que nos
une?”. Nuestras relaciones con otras personas van a durar tanto tiempo cuanto
dure lo que nos une. Si lo que nos mantiene unidos es una casa, un chalet, el
dinero, el atractivo exterior, la libido sexual o cualquier otra cosa “a corto
plazo”, es seguro que los primeros problemas que surjan en esta esfera van a
constituir una amenaza a nuestras relaciones. Los vínculos que unen a los
hombres que ya no tienen nada en común recuerdan a algunos pueblos situados
dentro de las vías turísticas, donde tras las fachadas bien pintadas la vida
aparenta ser normal, pero en realidad detrás puede haber un montón de problemas
acumulados.
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