Las virtudes humanas fundamentales
son, desde Aristóteles, las siguientes: prudencia, justicia, fortaleza y
templanza.
Sólo con esfuerzo -repitiendo
muchas veces actos que cuestan un poco- se consigue el dominio necesario sobre
uno mismo. La persona que tiene virtudes es capaz, por ejemplo, de no comer algo
que no le conviene, aunque le apetezca mucho, o de trabajar cuando está cansado,
o de no enfadarse por una minucia; logra que, en su actuación, predomine la
racionalidad: es capaz de guiarse -al menos hasta cierto punto- por lo que ve
que debe hacer. Quien no tiene virtudes, en cambio, es incapaz -también hasta
cierto punto- de hacer lo que quiere. Decide, pero no cumple: no consigue llevar
a cabo lo que se propone: no llega a trabajar lo previsto o a ejecutar lo
decidido.
Así resulta que la persona que
tiene virtudes es mucho más libre que la que no las tiene. Es capaz de hacer lo
que quiere -lo que decide-, mientras que la otra es incapaz. Quien no tiene
virtudes no decide por sí mismo, sino que algo decide por él: quizá hace
"lo que le viene en
gana". Pero "la
gana" no es lo mismo que la libertad. La gana es una veleta que
necesariamente se orienta hacia donde sopla el viento. El perezoso puede tener
la impresión de que no realiza su trabajo porque "no le apetece" o "no le da la gana" y hacer de esto
un gesto de libertad, pero en realidad es una esclavitud. Si no trabaja en ese
momento, no es por ejercitar su libertad, sino precisamente porque "no es capaz" de trabajar. Y la
prueba de esto es que "las
ganas" se orientan con una sorprendente constancia siempre en el
mismo sentido. A la persona que se ha acostumbrado a comer demasiado,
"sus ganas" le inclinan
una y otra vez, un día tras otro, a comer más de lo debido, pero raramente a
guardar un día de ayuno. Y al que es perezoso, le llevan a abandonar un día tras
otro su trabajo, pero raramente a realizar un sacrificio
extraordinario.
Las virtudes van extendiendo el
orden de la razón y el dominio de la voluntad a todo el ámbito del obrar.
Concentran las fuerzas del hombre, que se hace capaz de orientar su actividad en
las direcciones que él mismo se propone. La misma palabra "virtud" que es latina, está
relacionada con la palabra "hombre" (vir) y con la palabra
"fuerza" (vis). La gran
fuerza de un hombre son sus virtudes, aunque quizá su constitución física sea
débil. Sólo quien tiene virtudes puede guiar su vida de acuerdo con sus
principios, sin estar cediendo, a cada instante, ante la más pequeña dificultad
o ante las solicitaciones contrarias. En cambio, los pequeños vicios de la
conducta debilitan el carácter y hacen a un hombre incapaz de vivir de acuerdo
con sus ideales. Son pequeñas esclavitudes que acaban produciendo una
personalidad mediocre. Y es que, como decía Aristóteles, "nuestro carácter es resultado de nuestra
conducta.
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