Tanto el bien como el
mal obrar forman costumbres e inclinaciones en el espíritu; es decir, hábitos de
obrar. A los buenos se les llama "virtudes"; y a los malos,
"vicios".
Un hábito bueno del
espíritu es, por ejemplo, saber decidir sin precipitación y considerando bien
las circunstancias. Un vicio, en cambio, en el mismo campo, es el
atolondramiento, que lleva a decidir sin pensar y a modificar muchas veces y sin
motivo las decisiones tomadas.
Algo tan importante
como lo que llamamos "fuerza de
voluntad" no es otra cosa que un conjunto de hábitos buenos
conseguidos después de haber repetido muchos actos en la misma dirección.Ésta es
la regla de oro de la educación del espíritu: la repetición.
Hay un pequeño caso
que afecta a una parte importante de la humanidad y que nos ofrece un buen
ejemplo: la hora de levantarse de la cama. Casi todos los hombres tenemos la
experiencia de lo que supone en ese momento dejarse llevar por la pereza, y los
que son más jóvenes la tienen de una manera más viva. Si, al sonar el
despertador, uno se levanta, va creando la costumbre de levantarse, y, salvo que
suceda algo como un cansancio anormal, resulta cada vez más fácil hacerlo.
En cambio, si un día
se espera unos minutos antes de dejar la cama, al día siguiente costará más
esfuerzo; y si se cede, todavía más al día siguiente. Así hasta llegar a no oír
el despertador.
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