Entre esos valores humanos, ocupan
un puesto preponderante las virtudes humanas. La palabra virtud, del latín
virtus, igual que su equivalente griego, areté, significa "cualidad excelente", "disposición habitual a obrar bien en sentido
moral". Puesto que se trata de una disposición o capacidad
adquirida, por el ejercicio y el aprendizaje, de hacer lo que es moralmente
bueno, la virtud es una cualidad de la voluntad que supone un bien para uno
mismo o para los demás. Y en esto se distingue una virtud de cualquier otra
disposición habitual, como por ejemplo la salud, la fuerza física o la
inteligencia: en que "en un hombre
virtuoso la voluntad es la que es buena".
Las fuentes de la doctrina sobre la
virtud son Platón, Aristóteles y Tomás de
Aquino, fiel comentador en este punto de las teorías aristotélicas. La
virtud es, en Platón, el dominio de la parte racional del alma sobre la parte
apetitiva (tendencia a lograr un fin sensible) y sobre la parte irascible
(tendencia a evitar un daño sensible). Aristóteles desarrolla este esquema y
sistematiza la doctrina de la virtud en el Libro II de la Ética
a Nicómaco. El alma racional platónica es en
Aristóteles la diánoia o razón discursiva en su función práctica (excluidas las
funciones teóricas y productivas de la razón); el buen funcionamiento de esta
razón supone la virtud dianoética de la prudencia, o phrónesis, la racionalidad
práctica, y a ella incumbe el saber llevar una vida moralmente
virtuosa.
La vida es moralmente virtuosa si
se tiene el hábito de la virtud, "por
el cual el hombre se hace bueno y por el cual ejecuta bien su función
propia"; la práctica habitual de las virtudes éticas, que
consisten en un justo medio entre dos excesos, hace al hombre moral y lo dispone
a la felicidad. Por esto la ética no es sino el cumplimiento del fin del hombre.
En esta misma línea, Tomás de Aquino distingue entre apetito natural, el de la
comida, por ejemplo, sensitivo e impulsado por la imaginación o la sensación, y
el racional, que es la determinación de la voluntad. El concepto aristotélico de
virtud, fundamento de la ética, pasa con el Aquinate al mundo cristiano. A las
virtudes morales de Aristóteles y a las principales o cardinales -así llamadas
por San Ambrosio- que Platón
menciona como fundamentales en La
República, a saber: sophía, prudencia; andreia, fortaleza; sophrosine,
templanza; y dikaiosyne, justicia, añade las virtudes teologales (fe, esperanza
y caridad), que tienen por objeto a
Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario