LA LIBERTAD DE SER UNO MISMO
(2)
Para ser uno mismo es necesario conocerse y ser consciente de hasta qué
punto la imagen que uno tiene de su persona coincide con su yo real y auténtico.
Se trata de dejar de verse como una persona inaceptable, indigna de respeto,
inútil, poco competente, sin creatividad, obligada a vivir según normas ajenas e
insegura. Hay que aceptar las imperfecciones. Cuando logre verse como alguien
con fallos que no siempre actúa como quisiera, disfrutará más y se cuidará
mejor.
Los epicúreos griegos reseñaban la
importancia de ejercitarse en evocar el recuerdo de los placeres pasados para
protegerse mejor de los males actuales. Sin ir tan lejos, la indagación
apreciativa, un método basado en la nueva psicología positiva que surgió en los
ochenta, nos invita a buscar las experiencias más significativas de nuestra
vida, descubrirlas y revivirlas. Todos hemos vivido alguna historia positiva y
significativa. Rescatarla del pasado y apreciarla en el presente nos dará
confianza. Por otro lado, para poder ser uno mismo, uno debe conocer su núcleo
vital, es decir, todo aquello que le mueve y motiva para seguir adelante. Esta
esencia vital le llena de esperanza, mientras que si uno vive en sus sombras
acaba desesperándose, se angustia, se apaga y se deprime. Incluso puede llegar a
ser agresivo consigo mismo. Nietzsche decía al respecto: “El mal amor a uno
mismo hace de la soledad una cárcel”.
Cuando esto ocurre, es fácil que
uno se enclaustre en su pequeño mundo, donde su percepción se vuelve borrosa
porque se ha desconectado del importante núcleo vital. Entonces vienen a la
cabeza preguntas como estas: ¿qué debería hacer en esta situación, según los
demás? o ¿qué esperarían mis padres, mi pareja, mis hijos o mis maestros que yo
hiciera? En este estado se actúa según pautas de conducta que, de alguna forma,
le impone la gente que le rodea. Esto le reprime y su capacidad creativa queda
mermada. Entonces es fácil entrar en rutinas para “quedar bien” y se dejan de
explorar nuevas posibilidades.
Cuando uno logra de nuevo conectar
consigo mismo se vuelve más creativo y las preguntas cambian: ¿cómo experimento
esto?, ¿qué significa para mí? Si me comporto de cierta manera, ¿cómo puedo
llegar a darme cuenta del significado que tendrá para mí? Es decir, por fin ha
pasado de plantearse qué estarían esperando los demás y empieza a considerar qué
es lo que realmente quiere usted. Para ello es necesario abandonar las barreras
defensivas con las que se ha enfrentado a lo largo de su vida y experimentar lo
que ha estado oculto en el interior. Así podrá llegar a convertirse en una
persona más abierta, desarrollará una mayor confianza en sí misma, aceptará
pautas internas de evaluación, aprenderá a vivir participando del proceso
dinámico y fluyente que es la vida.
Ser uno mismo y vivir sin máscaras
implica sinceridad y autenticidad. Para el jesuita Francisco Jálics, ser
auténtico es más valioso que ser sincero: la persona sincera dice lo que piensa;
la auténtica, en cambio, lo que efectivamente siente.
Para ser uno mismo hay que
ser soberano de la propia personalidad, es decir, plenamente autónomo y
completamente propio. Para ello, además de quitarse las máscaras, debe
deshacerse de los malos hábitos y de las opiniones falsas. Debe desaprender. Los
filósofos de la Antigüedad aconsejaban incorporar las siguientes prácticas para
lograr esta independencia mental: encender la luz de la razón y explorar todos
los rincones del alma, filosofar, dedicar tiempo para ocuparse de sí mismo,
prestar atención a cada una de nuestras necesidades, evitar las faltas o los
peligros, establecer relaciones consigo mismo, adquirir el coraje que le
permitirá combatir las adversidades, cuidarse de manera que uno se cure y
convertir estos ejercicios mentales en una forma de vida. Como decía el filósofo
griego Epicuro, nunca es demasiado pronto ni demasiado tarde para que uno se
ocupe de su propia alma.
PUBLICADO EN EL PAÍS, ESPAÑA
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