martes, 2 de septiembre de 2014

Lo que une de verdad a las personas son las dificultades, los momentos de crisis superados juntos (6)


JELENA SIKIRICH
Es necesario aprender a dar el primer paso, sin perder nuestra individualidad ni el sentido de la propia dignidad. Para establecer y mantener las relaciones en pareja se necesitan los esfuerzos de ambos, y cualquier paso que emprendamos debe provocar una resonancia en la otra persona, seguida de su reacción y sus pasos de respuesta a nuestro encuentro. Si esto no sucede, por muchos esfuerzos reiterados que apliquemos, la conclusión debe ser: o los pasos que emprendemos no son los apropiados, o nuestras relaciones yacen sobre un terreno muy inestable, pues las mantiene tan solo uno de los dos, que intenta salvaguardarlas asumiéndolo todo, cosa que, por cierto, es absurda y artificial. Para que cualquier relación tenga éxito es indispensable que ambas partes intenten superar el sentido del egoísmo y la posesividad. A menudo no nos damos cuenta del hecho de que nuestros seres queridos representan una individualidad diferente e independiente de nosotros mismos. En consecuencia. seguimos percibiéndoles como un reflejo de nuestras propias visiones, requerimientos y fantasías según nuestra opinión y nuestros deseos. Es muy peligroso tratar de educar y construir a otras personas de acuerdo con nuestro modo de ser. El amor requiere de aire fresco y de libertad del alma. Los que lo sienten y comparten no se disuelven uno en otro ni pierden su individualidad; más bien se asemejan a dos firmes pilares sosteniendo el techo de un mismo templo.
El amor requiere una entrega total y una falta de interés egoísta. En el amor verdadero no nos hace falta nada. Teniendo la posibilidad de amar, lo tenemos todo. Cuando alguien tiende a imponerse demostrando su egocentrismo, haciendo a todo el mundo dar vueltas en torno a sus problemas e intereses y exigiendo constantemente pruebas de amor y algún “premio” a cambio de sus sentimientos, no se trata simplemente de que todo esto pueda matar al amor, sino de que no es amor y nunca lo fue.
En este contexto la pregunta clave no debe ser “¿qué será mejor para mí?”, sino “¿qué será mejor para el otro?”. Un amor o una amistad íntima es como un espejo: lo ve y lo refleja todo. Debemos ir descubriendo en el ser querido cada vez algo nuevo, una pequeña perla del precioso tesoro escondido en su alma, de lo que él o ella tal vez ni se haya dado cuenta. Es inútil convencer tan solo con palabras. Se consigue convencer e inspirar mejor con la fuerza del ejemplo propio. Un hombre capaz de vivir inspirado por un gran amor tiene una poderosa fuerza. Se parece a un rayo de luz entre las tinieblas: basta con saber que existe, que podemos guardar su imagen en el corazón, pase lo que pase.
En realidad, hay que poner en marcha muchas fantasías negativas y muchas ideas circulares para llegar a sentirnos verdaderamente solos. Incluso si no logramos encontrar a un ser querido digno de guardar para siempre su imagen en el cofre de oro de nuestro corazón, todavía nos quedan el cielo, las estrellas, los grandes sueños inmortales que abrigan a todos los lobos solitarios capaces de soñarlos, amarlos y vivir por ellos con toda su alma.

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