martes, 3 de junio de 2014

AMABILIDAD Y AMOR


Amabilidad se define como «calidad de amable», y una persona amable es aquella que «por su actitud afable, complaciente y afectuosa es digna de ser amada».
Al hablar de amabilidad, sin duda hemos de referirnos también al amor, pero he preferido tipificar a la amabilidad como «valor» por su carácter más concreto de actitud, de rasgo firme y definido de la persona que ama. El amor es una palabra demasiado grande, universal y genérica, pero, sobre todo, es una abstracción. No existe una cosa concreta llamada amor, sólo existe el acto de amar expresado en deseos de dar, respetar, valorar, considerar a los demás, aceptarles, procurar su felicidad, alegrarse con sus éxitos... En definitiva, llevar a la práctica una disposición afectuosa, complaciente y afable que no tardará en convertirse en firme actitud, que nos predisponga a pensar, sentir y comportamos con amabilidad. Cuando lo previsible, lo normal en una persona sea comportarse de forma afable y afectuosa, es porque la amabilidad ha adquirido la categoría de «valor».
La amabilidad es la manera más sencilla, delicada y tierna de hacer realidad un amor maduro y universal, libre de exclusivismos. Ese amor que dice «te necesito porque te amo» y no te amo porque te necesito». Es entonces cuando la amabilidad se convierte en una constante porque el comportarse de manera complaciente y afectuosa con los demás, sentir su felicidad, es lo mismo que sentir la propia dicha y alegría compartida. Ser amable llega a ser algo así como una «necesidad biológica del espíritu».
La amabilidad es siempre un claro exponente de madurez y de grandeza de espíritu, dado su carácter universal, integrador y de cálido acercamiento a los demás seres de la creación, con los que se siente hermanada toda persona amable.

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